Por: David Esquivel,
Presidente de la Sociedad Astronómica Mazatleca
El Sol es una fuente de energía muy potente de la cual depende la vida en la Tierra. La energía que llega de nuestra estrella pasa por distintos «filtros naturales”, por ejemplo, el campo electromagnético terrestre y la atmósfera, sin embargo una cantidad importante de energía llega a nosotros en forma de luz blanca, calor y distintos tipos de radiación como la ultravioleta o UV.
En condiciones normales nunca miramos directamente al Sol. De hecho nuestros ojos tienen un mecanismo de protección automática y se cierran cuando se exponen a fuentes intensas de luz como las de una lámpara potente, los faros de un coche o el mismo Sol.
La curiosidad hará que durante el eclipse intentemos romper esta barrera y mirar directamente al Sol lo cual puede ser muy peligroso y causar daños irreversibles. El más común de estos daños se conoce como “retinopatía solar” y ocurre cuando la radiación UV penetra las estructuras del ojo causando algo parecido a las quemaduras solares que ocurren con frecuencia en la piel, bastan unos cuantos minutos de exposición directa a la radiación del Sol para causar este tipo de daño que puede ser irreversible.
Pero entonces, ¿Cómo es que las personas del pasado veían los eclipses?
El filósofo Aristóteles cuenta en sus escritos que él utilizaba métodos indirectos para hacerlo, es decir, nunca miraba directamente al Sol y prefería observar la sombra proyectada a través de las ramas de los árboles. ¡Nada tonto Aristóteles! Se tiene conocimiento que matemático y físico árabe Abū ‘Alī al-Hasan ibn al-Hasan ibn al-Háytham o Alhacén, para los amigos, fue el primero en utilizar una cámara estenopeica para observar un eclipse en el siglo VI d. C. Una cámara estenopeica consiste en una habitación o una caja que se cierra y se oscurece para que la luz del Sol penetre por un pequeño agujero del tamaño de un alfiler, esto genera una proyección del sol que es totalmente segura para observar y todavía se utiliza.
Otra leyenda dice que el mismísimo Isaac Newton intentó observar un eclipse con un arreglo de espejos, la intensidad de ese reflejo le causó una ceguera temporal que duró tres días, luego de los cuales recuperó la visión. Más o menos en la misma época los astrónomos de la corte de Luis XIV serían los primeros en utilizar vidrios ahumados que se colocaban en los telescopios de la época, este sistema perduró hasta el siglo XIX hasta que el astrónomo Steve D. Ruskin, profesor de astronomía de la Universidad de Notre Dame, patentó las primeras lentes oscurecidas con carbono que permitían una observación “relativamente segura”.
La tecnología ha avanzado sustancialmente desde entonces y gracias a la revolución de los plásticos fue posible crear materiales con una gran capacidad de filtración. Los lentes para observar el eclipse se construyen usando capas finas de polímeros con un grosor promedio de 50 micras (una micra o micrómetro es la milésima parte de un milímetro). El elemento más abundante en este polímero plástico, y el que filtra la mayor cantidad de radiación solar, (0.00032% de acuerdo a la norma ISO 12312-2) es el carbono, dicha capa de carbono se recubre también con otra todavía más fina, de apenas 2 micras, hecha con una mezcla metálica de níquel, hierro y más polímeros cuya función es reflejar una parte de la radiación que proviene del Sol.
Es muy importante que al comprar nuestros lentes para el eclipse lo hagamos con un proveedor certificado que nos brinde la certeza de que sus filtros están construidos con los materiales correctos en las proporciones correctas y que su capacidad de filtración ha sido probada. La NASA y la American Astronomical Society publicaron en 2017 una lista de proveedores seguros que puede consultarse aquí: https://eclipse.aas.org/resources/solar-filters
Para más información que permita disfrutar el eclipse de forma segura sugerimos consultar a expertos en astronomía o a su sociedad astronómica local.